Lo Que Vivimos En La Infancia No Se Queda En La Infancia
Lo Que Vivimos En La Infancia No Se Queda En La Infancia
En algún momento hemos sido conscientes de la gran influencia que tienen las experiencias que vivimos durante la niñez, para llevar una vida adulta psicológicamente feliz y saludable. Lo que vivimos en la infancia tiene la facultad de definir nuestra personalidad durante la vida adulta, así como nuestra salud emocional y psicológica.
Hace poco leí un libro donde se abordaba el tema, donde el autor citaba lo siguiente: “si un niño que llora y pide ser alimentado es ignorado por la madre, pero es alimentado cuando espera en silencio, el niño graba en su subconsciente, que cuando quiere algo no debe pedir, ni llorar, pero si esperar, pues alguien va a percibir su necesidad sólo en su silencio”
Lo que vivimos en la niñez, no se queda en la niñez. Perdura con el tiempo y nos afecta toda la vida.
El ejemplo anterior resulta muy elocuente, porque expresa de forma sencilla y con mucho sentido el tema que nos motiva hoy. Lo que se ilustra es algo muy cruel, sin embargo muestra cómo las pequeñas actitudes pueden influir en el comportamiento de un individuo y afectar su vida entera, sin que éste se dé cuenta.
He oído conversaciones de madres que hacen lo mismo a sus hijos desde que eran bebés, con la excusa de estar educando a sus hijos, y creando hábitos de buen comportamiento.
En una oportunidad tuve la siguiente experiencia con unos vecinos: Las paredes no eran lo suficientemente macizas para sofocar los sonidos más altos, y todos los días la madre de los niños parecía un ángel mientras el marido estaba en casa, hablaba bajito y parecía la mejor madre del mundo y esposa ejemplar. Pero cuando el marido salía de casa, la mujer empezaba a gritarle a los niños frenéticamente. Y a veces los encerraba en el baño o en la habitación para limpiar la casa.
El caso era claro: el matrimonio no iba bien, la mujer quería ser siempre mejor que la ex mujer de su marido, e intentaba a toda costa mantener la casa en el más perfecto orden. Cuando el hombre llegaba a casa, la misma estaba impecable, y la mujer parecía ser dulce. Pero sólo hasta el momento en que el marido se ausentaba de nuevo.
Cuando somos bebés, somos cómo arcilla en las manos del alfarero, somos muy vulnerables e indefensos, y nuestros padres son la única garantía de que tendremos una vida saludable y feliz.
Y me pregunto, qué será lo que esos niños van a llevar a sus vidas adultas sobre esas experiencias con su madre (o padre) ¿Será que siempre verán en el padre, el falso héroe, que era capaz de transformar a la madre nerviosa en una persona tranquila y servicial? ¿Se darán cuenta algún día, de la oscilación terrible de humor a que eran sometidos diariamente, por la debilidad de la madre?
¿De qué forma, ese tipo de experiencias afecta la vida de las personas cuando ya son adultas? Y van a ser conscientes de los problemas que surgen en la infancia, que generan comportamientos inconscientes y que se repiten durante toda la vida?
¿Será que todo estudio de psicología y psicoanálisis nos permite incluso mirar atrás y trabajar todo lo que nos fue hecho cuando aún éramos tan vulnerables y vacíos de aprendizaje?
No conozco las respuestas a estos cuestionamientos, pero me gustan las dudas que generan. Conozco a una psicóloga que decidió abandonar su vida profesional cuando se convirtió en madre. Por su profesión, conocía la tarea que debía emprender al recibir a su bebé. Ella manejaba perfectamente el concepto de que «lo que vivimos en la infancia, no se queda en la infancia».
Ella sabía la importancia fundamental de los días infantiles de su hija, y lo que ella necesitaba hacer para que su hija lograra convertirse en una adulta feliz y segura, sin traumas y comportamientos oriundos de problemas inconscientes de una infancia mal vivida. Ciertamente muchas madres harían lo mismo, si supieran del grado tan elevado de importancia en la vida de un ser humano que tiene su infancia.
¿Quieres tener un hijo sano, feliz y exitoso? Tienes que protegerlo durante su infancia. Vive tus días con él y para él. Tienes que protegerlo de actitudes bobas, como la de la madre que maltrataba a sus hijos cada vez que su marido salía de casa para el trabajo, o para sus paseos inusitados.
Tienes que protegerlo de tu propia arrogancia, de querer disciplinar a tu hijo que aún mama en el pecho o en el biberón, haciéndolo un individuo que no sabrá luchar por lo que necesita, pero sí posiblemente un adulto débil y cobarde sin ninguna percepción correcta de los hechos. Recuerda siempre que lo que vivimos en la infancia, no se queda en la infancia, sino que nos afecta para toda la vida.
Tienes que protegerlo de la actitud equivocada de los niños que sufren de estas experiencias tan dañinas, que afectan su comportamiento y hace que su actitud hacia los demás niños sea muy desagradable.
Ser niño es ser un individuo vacío que se llena con todo aquello que aprende a través de los padres, de la escuela y de las personas a su alrededor.
El niño absorbe todo a su alrededor, sin ninguna posibilidad de filtrar lo que es bueno de lo que es malo. Y en la mayoría de los casos, ni siquiera los padres se dan cuenta de lo dañino que puede ser dejarlos solos, enfrentando comportamientos que seguramente están determinando sus actitudes futuras.
No somos responsables por nuestra infancia, ni por lo que nos han hecho. Sobre eso y para eso, tenemos los recursos de la psicología. Pero sí somos responsables de la infancia de nuestros hijos. Que todo nuestro amor sea destinado para ellos.
Y, cuando sea necesario, vale la pena buscar ayuda profesional, ya que éste asunto es muy serio, delicado y sí, muchas veces difícil. Debido a que lo que vivimos en la infancia, no se queda en la infancia, sino que permanece y nos afecta durante toda la vida.
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