Fragilidad emocional
Fragilidad emocional
Qué difícil es reconocer la diferencia entre el derecho a expresar lo que le pasa y tiranizar a los otros con su fragilidad emocional. Qué complicado es aprender a controlar sus angustias y renunciar a la fantasía de que alguien más se las mitigue. Elegir hablar o callar es señal inequívoca de dominio personal y una cualidad que no ha sabido practicar.
La incapacidad para resolver problemas suele derivar en la búsqueda desesperada de culpables; la fragilidad de las emociones es síntoma de un pasado difícil, pero también puede ser una maniobra para lograr protagonismo.
Los muy frágiles suelen utilizar la proyección como defensa favorita, de modo que lo que los otros hagan o dejen de hacer se convierte en el centro de sus vidas.
Usted está convencido de que los demás son responsables de contenerlo, porque es una víctima de sus impulsos, incapaz de regular sus emociones, porque ha sufrido mucho (lo cual puede ser verdad) y, por lo tanto, la vida le debe y mucho.
Cabe preguntarse hasta dónde tiene usted derecho de irrumpir en la vida de los otros exigiendo que dejen lo que están haciendo para que lo miren.
Porque una cosa es la confianza en la solidaridad de quienes le aman y otra dar por hecho que están obligados a decirle siempre que sí. Puede ser que al sentir intimidad con alguien, haya confundido amor con invasión, cariño con control, conversación amorosa con conversación terapéutica.
Asumirse como frágil es sentirse con el derecho a ser comprendido, atendido y satisfecho en sus deseos y necesidades en el momento y en la forma que lo imagina. Y es así como llega la catástrofe que es la frustración de las expectativas, porque nadie nunca está ni estará a la altura de su fantasía sobre el amor incondicional.
No me llamaste cuando yo lo necesitaba. No me dijiste las palabras de aliento que quería escuchar. No eres como yo quisiera. Me abandonaste. Debes cambiar: frases clásicas del infierno de los desencuentros en donde viven los hipersensibles, que se ofenden por todo, que se describen como sentimentales o sentidos, que son frágiles, pero protagónicos, que proyectan sus obsesiones en los otros; sus esquemas rígidos de cómo debe verse el interés y el amor, incapaces de aceptar que cada quien da lo que puede o lo que decide dar y ni una gota más.
A veces por descuido, por falta de tiempo o porque están pasando momentos tan complicados como usted, los que ama no lo miran, no lo abrazan, no le llaman, no lo visitan o no le preguntan cómo está. Interpretar estas omisiones como producto del desinterés o del desamor alimenta el sentimentalismo y el melodrama, y lo aleja de la autonomía emocional que es tan importante como la interdependencia.
No es lo mismo construir reciprocidad que reclamarla. No es igual tratar de entender lo que sentimos antes de comunicarlo, que expulsarlo sin filtro, esperando que quien nos ama sepa comprender, traducir y acomodar algo que es nuestro.
La búsqueda desesperada de la madre fuerte o del padre bueno es un intento inconsciente de reparación y también una detención en el desarrollo, en la etapa de la niñez. Ocurre con frecuencia que los adultos se sienten como si fueran niños que aspiran a la protección incondicional. Un pedazo de todo adulto es un niño desvalido que sólo su parte adulta puede consolar. La incapacidad de autoconsuelo es el origen de la dependencia, que en lugar de favorecer relaciones de colaboración e igualdad, propicia vínculos en los que domina la queja, el reclamo, el desgaste, la asfixia, el resentimiento y, a veces, la necesidad impostergable de que alguien ponga un límite con distancia física y emocional.
Twitter: @valevillag