Cuando el miedo asfixia al amor

12.04.2016 12:01

Cuando el miedo asfixia al amor

Mujer dando un beso a su pareja


Una pregunta. ¿Podéis imaginar qué pasaría si las emociones fuesen capaces de disfrazarse de otras emociones distintas? Es más, ¿qué podría ocurrir si existiesen emociones negativas capaces de esconderse dentro de emociones positivas? ¿Seríamos capaces de afrontarlas? Pongamos el peor de los casos. Una de las peores emociones disfrazada como una de las mejores: ¿Qué pasaría si el miedo suplantase al amor?

El amor, entendido como un amor romántico: ese “Big-Bang” de emociones que se generan entre dos, dentro de las que estarían la atracción, el compromiso, la intimidad y la pasión. Un fenómeno que afecta hasta a la última célula de nuestro cuerpo, pasando claro está por nuestra mente, emociones e incluso gustos y preferencias.

¿Cómo podría el miedo esconderse dentro de una emoción como esta? Imaginemoslo: vivir enamorados y con miedo. ¿No se trata el amor a fin de cuentas de un acto de valentía y de generosidad con la otra persona y con nosotros mismos? Quizás debamos dar una vuelta de tuerca y aclarar qué significa que el miedo se disfrace. Pongámoslo de otra forma. ¿Qué pasaría si el causante, el que hace que aparezca el amor, no fuese otro que el miedo?

Cuando el miedo asoma

 

 

En primer lugar, la pregunta del millón: ¿por qué el miedo? Bien, debemos ser justos con nuestra humanidad y admitir que esta emoción nos ha acompañado desde el principio de los tiempos, facilitándonos el escape o la lucha para sobrevivir. Así, ante un evento emocional tan abrumador como es el amor, es normal que se activen nuestros miedos, avisándonos de que el cambio podría ser malo.

Rostro de mujer oculto por sus manos

Así, precisamente al activarse tan fácilmente, es por lo que ha dejado de tener la utilidad que tenía antes. Hoy día respondemos desproporcionadamente ante eventos que no son amenazantes. Mejor dicho, tildamos de amenazantes eventos que solo pueden hacernos bien.

Solemos decir que el miedo deja de ser útil cuando nos paraliza, evitando que disfrutemos, suframos o simplemente vivamos. Esas historias previas de abandonos, de rupturas abruptas, de dolor y sufrimiento dejan mella en nosotros,  y condicionan nuestra forma de entender y recibir el amor. No convertimos en miedosos compulsivos del amor, intentando escapar de ese sufrimiento que supuso la relación, o incluso, ese sufrimiento que supone la soledad y el no sentirse querido.

Los disfraces del miedo

 

 

Ya hemos visto las primera claves. No obstante, si el miedo se activa con tanta facilidad, y el amor es capaz de activarlo por nuestros males de amores previos, ¿cómo se manifiesta entonces? Veamos algunos ejemplos.

  • La “búsqueda del amor”. Mejor dicho, el disfraz favorito del miedo a la soledad, a permanecer solos. Miedo por cortesía de esos clichés que meten en nuestra cabeza de que “estar solo es terrible”. Este miedo toma otra dimensión cuando, conscientes o no de él, nos empuja a buscar compulsivamente a esa pareja, para evitar el terrible destino final. Corremos un gran riesgo; intentar controlar al amor, su destinatario, desarrollo y desenlace.
  • La duda. Digamos que el amor ha llamado a nuestra puerta y la hemos abierto de par en par. No obstante, una sombra decide alojarse en  nuestra mente en una de sus formas favoritas;¿será este mi momento? ¿Me estaré precipitando? ¿Es esto lo que realmente quiero? En este caso, el miedo al desamor no se esconde. Sabemos que lo hemos pasado mal, e intuimos que esas dudas son formas que nuestras cicatrices emocionales tienen de palpitar.
  • El perfeccionismo exagerado. Aquella situación en la que sentimos una urgencia y una necesidad absolutas de complacer y agradar a la pareja, llegando a modificar nuestra personalidad; todo para que “todo vaya bien“. Tan solo imaginarnos abandonados de nuevo y nuestro mundo se hunde. Es el miedo que conecta con nuestro lado más humano: el miedo a la pérdida, amenazando con arrebatarnos a alguien vital. Y lo consigue si dejamos que contagie a nuestra pareja.

Mujer en campo de amapolas

 

¿Aceptar o combatir?

 

 

Llegados a este punto en el que sabemos el por qué y el cómo, la pregunta lógica es: ¿estamos solos ante el peligro? Ni por asomo. No obstante, es necesario que, antes de comenzar a pensar en miedo o en amor, seamos conscientes de nuestra humanidad. De nuestra necesidad de amor y nuestros miedos como personas. Que comprendamos que el miedo estará cerca, y que nosotros podemos aceptarlo y optar por el amor, o no.

Luego encontramos algo que también es inseparable de la vida y de la condición humana: el tiempo. Puede resultar obvio, e incluso “trampa” el sacar la carta del tiempo, pero aun así, sigue siendo una de las cartas más altas. El tiempo y su capacidad sanadora influye en nosotros más de lo que imaginamos, y nos ayuda a observar desde otra perspectiva los eventos que originaron los miedos que hoy nos atenazan.

Por último, estamos nosotros como personas individuales, con nuestro aprendizaje y sabiduría personal. Y sobre todo, nuestra infinita capacidad de querer y nuestras ganas inagotables de ser queridos, integrados y apreciados.

Ese amor que hemos sentido, con todo lo que él implica nos da la extraordinaria capacidad de volver a querer. ¿Y qué mejor que el exponernos a esa soledad, a esa duda y a esa pérdida, y volver a elegir el querer? Seguramente así acabaremos asfixiando al miedo con nuestro amor y no al revés.