ATRAEMOS LO QUE SOMOS...
09.06.2021 16:38
Quien Protege sus Emociones, se Protege a Si Mismo y a los que lo Rodean!
Me reservo el derecho de estar triste, de sentirme mal porque no es justo o porque algo no está bien. Me lo reservo porque lo contrario me presiona y me deprime. Esos son mis demonios y he de decir que en realidad no son tan malvados.
Ellos me piden que los comprenda y me dicen que lo que siento es la vida y que el mundo es el paraíso que yo quiera crear. Por eso hoy les abrazo y les escucho, me limito a ser yo, a sentirme en el mundo, a comprender que el sufrimiento es una parte de la vida tan importante como el bienestar.
Imagínate que hay alguien que te dice que puedes estar triste, que es normal que lo estés y que, de hecho, debes estarlo de vez en cuando. Imagina que ese alguien eres tú, aceptando tus emociones y gritándole al mundo entero que no has tenido un buen día, por la simple razón de que no todos pueden ser buenos.
El caso es que, en nuestro mundo actual, parece que tenemos la obligación de sentirnos bien y de evitar el sufrimiento. Nos lo venden como algo anormal, negativo y apartado de cualquier vida que podamos entender como plena.
De hecho, parece que sentirse mal y creerse mentalmente sano o sufrir y vivir la vida no forman buenas parejas culturales. De la misma forma, si a alguien se le ocurre decir “me siento mal pero estoy bien”, se le mira con extrañeza y tratando de discernir cuál es su peculiaridad.
Hemos caído en la trampa de exigir un exceso de optimismo a nuestras vidas. Hemos ignorado que no debemos de aprender la lección sin cuestionarla y, ahora, pagamos las consecuencias de asumir que no sufrir es un valor al alza para la cuenta de la vida y que lo correcto es mover nuestros millones para conseguir evitar las complicaciones y entonces “tener vida”.
Mis demonios y los tuyos están luchando contra el aluvión de frases positivas y carteles motivacionales que les obligan a guarecerse, a esconderse tras una pared de papel y alimentarse de represión. Lo triste y lo negativo necesita su espacio en nuestra vida porque, de otra manera, explotará y nos ahogará. Es que ya no tenemos derecho ni a fruncir el ceño cuando algo nos molesta, ya vale de ceder ante la tiranía y la dictadura del optimismo excesivo.
No quiero que me obliguen a ser feliz siempre porque mi tristeza es la única que me hace valorar a la felicidad y a la alegría y porque me dice que algo no va bien y que debo preocuparme; porque si nunca me sintiera triste no sabría valorar lo que es no estarlo. En ese sentido la alegría es más egoísta y me hace pensar que todo está bien, acortando el tiempo que tengo para reaccionar si en verdad no lo está.
Tampoco quiero ser una persona pesimista o melancólica ni quiero que me fulmines llamando depresivos a mis demonios, porque lo único que estoy haciendo es vivir aceptando que mis días tienen muchos matices, tantos como mis circunstancias.
Entonces defender a mis demonios me da dos alternativas: aceptarme o rechazarme. Si acepto que ellos existen no me harán sufrir intentando evitarlos y frustrándome porque siempre me encuentran y cada vez me abrazan con más fuerza, dejándome sin respiración. Eso sí que es malo.
Por eso prefiero seguir dándoles paso e invitándoles a esclarecer mi mente de vez en cuando, porque ellos son sinceros cuando les dejo entrar y me dicen que vale la pena luchar porque vale la pena ser feliz.
Porque el lema de “tienes que sentirte bien para poder ser feliz” no es mi lema, más bien prefiero entender que la tristeza y la alegría conviven y se necesitan la una a la otra y que es más sano “vivir pensando que me sentiré bien aunque a veces me sienta mal”. Porque según cómo responda ante lo que mis demonios me hacen pensar y apreciar depende que yo me limite o me abra a lo natural de la vida.
Porque ante el supermercado de razonamientos y recetas para casi todo, mis demonios me gritan hasta que consiguen que me duela el alma pensando que yo nunca conseguiré la plenitud porque no sé vivir el momento o no tengo ganas de sonreír desde que me levanto hasta que me acuesto.
Solo es por eso por lo que me reservo el derecho de usar mi tristeza cuando me plazca,porque mis demonios se niegan a caer en la trampa que les hace engordar, porque mis demonios me quieren y no buscan hacerme daño, solo abrazarme de vez en cuando sin que yo oponga resistencia para recordarme que estoy viva.
El chantaje emocional es una forma de control que recurre a la culpa, la obligación o el miedo para conseguir que otra persona actúe de acuerdo a unos intereses que van en favor de quién hace el chantaje. Una manera de manipular la voluntad ajena que se basa en provocarsentimientosnegativos de los que la persona chantajeada no parece poder salir salvo que haga aquello que quiere el "chantajeador".
Todos nos hemos visto involucrados alguna vez en una sitiación parecida, ya sea como víctimas o como verdugos. Pero, ¿por qué manipulamos o dejamos que nos manipulen?
El chantaje emocional está infiltrado en nuestras relaciones por lo que, en ocasiones, es complicado determinar cuándo somos chantajeados o cuando ejercemos de chantajistas. Suele hacerse de manera inconsciente y esto hace más difícil detectar la manipulación. Frases como “tú sabrás lo que haces”; “allá tú con tu decisión”; “si me quisieras no harías eso”; son un ejemplo de cómo mensajes que, a priori, parecen inofensivos pueden llevar una carga de intencionalidad para meter miedo a la otra persona, si no cumple con los deseos del chantajista.
Generalmente asociamos la manipulación con personas maquiavélicas, retorcidas y egoístas. Pero en la práctica, todos recurrimos alguna vez algún tipo de chantaje emocional. Uno ejerce el papel de manipulador siempre y cuando se intenta controlar lo que dice o hace otra persona, se exige y no se da alternativa de elección o se dinamita la autoestima ajena. El objetivo del chantaje emocional suele ser ganar el poder en una relación.
No todos los grados de chantaje son iguales, ni responden a los mismos objetivos. Algunos son inocentes y casi inofensivos; sin embargo, otros son tan retorcidos que pueden terminar dinamitando psicológicamente a la otra persona. La manipulación llevada al extremo puede dejar una herida emocional muy dañina para la persona que lo sufre.
El chantajista emocional ejerce el papel de víctima, probablemente lleno de inseguridades y miedos. En lugar de hacerse cargo de sus limitaciones, carga sobre el otro esas las debilidades, provocándole sentimientos negativos. El chantajeado acepta, principalmente, por temor a las consecuencias, al enfado o a que el chantajista cumpla con sus amenazas.
Defenderse de un chantajista depende de uno mismo. Cuando uno cree que está siendo manipulado, lo mejor es adoptar una actitud pasiva. No negarse, pero tampoco aceptar sus peticiones sin más. Dejarlo en "stand by". Esta tregua de tiempo servirá para observar las emociones en uno mismo. Sentimientos como la culpabilidad, el desasosiego o la frustración suelen estar asociados a prácticas manipulativas. Nadie puede dirigir las acciones de otro. Por lo tanto, no permitas que nadie someta tu voluntad al chantaje emocional.
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Estar presente parece obvio, y aunque debería serlo, en realidad es la excepción. ¿Por qué? Porque la verdadera presencia es más que estar físicamente en un lugar: es estar conectados con nuestra esencia, que es hermosa e imperturbable. Lamentablemente, esa paz interior se ve perturbada, a veces violentamente, por nuestros pensamientos y emociones, que nos alejan del momento presente.
Descartes, el famoso filósofo francés del siglo XVII dijo: "Pienso, luego existo." Esta frase define la forma como el ser humano moderno se identifica a sí mismo: a través de sus ideas y pensamientos. Sin embargo, en la actualidad existen otras visiones que se permiten disentir de tan respetable y erudito pensador, ya que aunque los pensamientos e ideas son poderosos e importantes, no dejan de ser relativos y pasajeros. Es decir, si nos definiéramos a sí mismos por lo que pensamos, estaríamos asentando nuestra identidad sobre arena movediza.
Así, por ejemplo, lo que los demás o incluso nosotros pensamos acerca de nosotros mismos, no nos define, sino que son solo conceptos que nunca logran abarcar nuestra verdadera esencia. Además, la perorata interminable de pensamientos que constituye nuestro diálogo interno produce un ruido que nos impide escuchar la hermosa melodía que proviene de nuestra presencia y nos mantiene desconectados del momento actual.
Desde que Freud destapó la olla del inconsciente y comenzó a interpretarlo, la psicología comenzó a moldear la forma como percibimos nuestra vida mental y emocional. Como ciencia al fin, está basada en un modelo mecanicista y racional, con énfasis en la patología o enfermedad. Por lo tanto, si tenemos ciertos síntomas y conductas que se ajustan a ciertos patrones, somos etiquetados, medicados y hasta condenados a “cargar” con una “enfermedad mental” de por vida.
Aunque es innegable que las emociones son parte de nuestra humanidad, estas son igualmente pasajeras y no constituyen la parte más profunda ni real de nuestro ser. Las emociones son fenómenos temporales como lo son las tormentas o los huracanes; pero siempre pasan, y el imperturbable firmamento reaparece, porque en realidad siempre estuvo allí, a pesar de lo escandaloso que haya podido haber sido el fenómeno meteorológico (o psicológico).
Por lo tanto, como diría Eckhart Tolle, autor de El poder del ahora, “No te tomes tus emociones demasiado en serio”. Éstas solo se instalan si nos identificamos con ellas y dejamos que se posesionen de nosotros. No te engañes, tu presencia está por encima de las emociones y es imperturbable. Desde las alturas de la presencia puedes observar la tormenta de tus emociones pasar; acéptalas, siéntelas, pero sin sufrimiento innecesario. Ten la certeza de que la presencia que eres tú es fuente inagotable y permanente de paz y felicidad.
La lista de lo que no eres no se agota con los pensamientos y las emociones, pues hay muchas otras cosas que nos desconectan de la presencia, como por ejemplo el identificarnos con nuestras habilidades (soy inteligente, o soy tonto), posesiones (soy rico o pobre), logros o títulos (soy ejecutivo, doctor, o delincuente).
Todas estas condiciones van y vienen, y son relativas, pues no son más que conceptos y etiquetas que no son la presencia, que hoy las tenemos y mañana quién sabe. Sin embargo, nos atormentan, porque nos mantienen alejados del momento presente, que es lo que nos permite conectarnos con nosotros mismos. Así, nos angustiamos por lo que hicimos o dejamos de hacer en el pasado, o nos preocupamos por lo que puede llegar a ocurrir en el futuro.
Entonces, solo es necesario que en este momento abras el presente que tienes en tus manos. Allí encontrarás la presencia, el mejor regalo que puedes darte a ti mismo y a los demás.
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Desafortunadamente las relaciones humanas están plagadas de manipulaciones. La mayoría de ellas se dan de forma inconsciente. Las aprendemos sin darnos cuenta y las reproducimos de igual manera. Dos de esos mecanismos manipuladores, que dañan severamente los vínculos personales, son el chantaje y la coacción.
La manipulación, en términos psicológicos, se define como un mecanismo a través del cual una persona logra que otra diga o haga algo, empleando para ello trampas, ardides o engaños. Identifica a las situaciones en las que se utiliza a los demás, o se les convierte en un instrumento para el logro de un fin personal. En muchas ocasiones se manipula deliberadamente, como cuando un político falsea sus propósitos para que voten por él. En otras, especialmente en la vida privada, la manipulación es semiconsciente o inconsciente.
“Conozco a quien lo han educado desde la manipulación, el control, el chantaje, la falsedad, la intimidación y la violencia. Lo paradójico es que los educadores se creen víctimas”.
-Autor desconocido-
¿Cómo ejerces el chantaje o la coacción sin darte cuenta? Cuando adoptas una posición de víctima, por ejemplo. Así logras que el otro actúe en función de la culpa y no de su libre conciencia. También se produce cuando desvalorizas a alguien para que siga dependiendo de ti. O cuando te aprovechas de la debilidad del otro para ponerlo a tu servicio de algún modo.
El chantaje psicológico o emocional es una forma de manipulación y, por lo mismo, un acto violento. Se implementa para lograr el control sobre el comportamiento de otra persona y también sobre sus sentimientos. Como todo chantaje, involucra un esquema en el que se disuade al otro de hacer o no hacer algo, en función de una consecuencia negativa. Es algo así como “Hazlo, pero sufrirás por ello”, o “No lo hagas, pero la consecuencia puede ser desastrosa”.
El chantaje psicológico impide que una persona actúe con autonomía y libertad. De eso se encarga el chantajista. Pondrá muy de presente todo lo que le acarreará al otro el asumir o no un determinado comportamiento. Quiere que su víctima actúe como él quiere, no como lo dicten las convicciones personales del otro.
Hay dos pilares sobre los cuales descansan la mayoría de los chantajes emocionales. Uno es la culpa y el otro es la inseguridad. Se pretende hacer creer al otro que sus acciones o decisiones libres son, en realidad, una prueba de su maldad. O que causarán un grave daño. Así se logra que los demás se comporten como el chantajista quiere. “Vete a tu fiesta… Un día ya no estaré en este mundo y ahí sí vas a lamentar no haber pasado más tiempo conmigo”.
La inseguridad es un rasgo que hace bastante manipulable a cualquier persona. Basta con que el chantajista enfatice en los errores, defectos o riesgos que corre el otro, para que este último actúe como un manso corderito. “Cuando te des cuenta de que no tienes idea de eso, me buscas y yo te ayudo a solucionarlo”.
En la coacción no solamente se implementan métodos para que una persona haga lo que otro quiere, sino que en este caso se busca que haga algo que va en contra de lo que desea. La coacción involucra comportamientos más violentos que el chantaje, aunque también tiene facetas sutiles. De todos modos, la coacción implica una relación de poder y abuso.
En la coacción hay amenazas directas o veladas. Se vale del miedo de los demás, o de su condición de vulnerabilidad frente a algo. La utilizan frecuentemente las figuras de poder para manejar a quienes están bajo su esfera de influencia. En este caso la víctima es consciente de que está siendo manipulada, pero se siente impedida para reaccionar. Puede ser porque el otro es más fuerte y amenaza con violencia física, o porque tiene mayor estatus y puede causar graves daños.
Mientras que en el chantaje afectivo lo usual es que quien lo ejerce sea alguien querido, en la coacción no necesariamente es así. Proviene no tanto de un ser querido, sino de un ser temido. La víctima no se da cuenta de que tiene recursos para resistir a esa forma de manipulación, sino que se deja ubicar en la posición de alguien indefenso frente a la arbitrariedad.
Tanto el chantaje como la coacción son verdaderos cánceres de las relaciones interpersonales. Lo único que consiguen es falsear los sentimientos o anular a las personas. Puede que el victimario se salga con la suya temporalmente, pero, tarde o temprano, será objeto del efecto búmeran. Los manipuladores suelen terminar atrapados en su propia red.
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Las emociones tienen voz, nos hablan y nos cuentan cómo nos estamos sintiendo. Las emociones nos muestran qué necesitamos en cada momento, ¿Qué ocurre si no les hacemos caso, si las ignoramos? Solo podremos apagar sus voces, pero no sus necesidades.
Vivimos rodeados de las prisas, de intentar pasar rápido y a otra cosa, del “no te preocupes“, del “tu lo que tienes que hacer es…”, del “no hagas caso”, “olvídate de eso”, “intenta no pensar en aquello”… Todas las emociones tienen una función adaptativa, si no las escuchamos se guardan y volverán a aparecer con más fuerza cuando necesiten volver a salir. Y sí, muchas veces en los momentos menos oportunos.
Por ejemplo, la tristeza nos está diciendo que necesitamos parar, que necesitamos quedarnos con nosotros mismos y por ello no tienes ganas de salir y estar con gente. La alegría, en cambio, nos está animando para salir al exterior y socializar. El asco nos está avisando de posibles peligros para nuestro organismo, el miedo, nos mantiene en alerta y nos protege.
Si aprendemos a escucharlas y a no huir de ellas podremos entender de qué nos está avisando. Así, al hacerles caso quizás conozcamos una parte de nosotros oculta hasta entonces o con necesidades que no hemos dejado satisfechas aún.
Todas las emociones en su justa medida son adecuadas y funcionales, el problema vendrá cuando alcancen límites que no son tolerables para la persona o le impidan seguir con su camino. Esto nos ocurre cuando no les hacemos caso, intentamos minimizarlas o pasar de puntillas sobre ellas.
El huir de las emociones conlleva medicar, acallar o contener con el único objetivo de que pasen rápido y estemos siempre felices y contentos, viviendo la vida y disfrutando. Esto es muy peligroso ya que se nos “obliga” a tener que utilizar caretas. Las utilizamos porque somos presionados, muchas veces por nosotros mismos, a reflejar en nuestros rostros emociones muy distintas a las genuinas.
Parar y oír, cerrar los ojos y escuchar, darnos lo que necesitan nuestras emociones, igual es sobrecogernos con nosotros mismos, unos minutos de soledad como sugiere la tristeza, o igual es valorar las opciones para no lanzarnos al vacío, como nos ayuda el miedo. Pero esto no lo sabremos si nada más aparecer callamos sus voces con un ansiolítico o un antidepresivo.
Salvo que emerjan en una explosión que amenace con superarnos, lo recomendable es escucharlas para que no cojan más fuerza y no aparezcan posteriormente con más voz. Una voz que será ya incontrolable para nosotros, entonces sí que necesitaremos ayuda externa.
Vivir en armonía implica abrir nuestros sentidos, ya que vivimos en sociedad y nos adaptamos como seres sociales que somos. Pero antes de ser seres sociales somos seres completos, por ello necesitamos una estructura personal bien formada y estable que encaje en un entorno exterior.
Así, las emociones son parte de nosotros pero no son “nosotros”, vienen y van, algunas se quedan más y otras solo nos acompañan momentos determinados. Para bien o para mal, las emociones no son eternas. Se hecho esta brevedad está en su definición; de otra manera hablaríamos de una estado emocional y no de una emoción.
De vez en cuando estaría bien preguntarnos ¿cómo me estoy sintiendo? ¿qué emoción puede estar acompañándome en este momento? Esto nos ayudará a comprender qué nos ocurre y conectar con las propias emociones. Si no huyo de ellas lograré crear un equilibrio en el que poder edificar el bienestar. Este equilibrio se apoyará a su vez en la idea de que ninguna emoción es dañina (en sí misma y por sí misma), simplemente su voz narra algo relacionado con lo que ocurre en mi interior.
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Los celos aparecen a través de la inseguridad y la necesidad de posesión, estos miedos lejos de acercarnos al amor nos distancian de él, contaminando nuestras relaciones, destruyendo su esencia, la libertad. Es por esto que los celos no pueden ser sinónimo de amor, más bien de que es necesario deshacer un nudo que no está funcionando.
Aparecen como una sentimiento indicativo y una particularización del miedo a la pérdida, ya que cuando se activan nos están señalando un hecho importante que requiere nuestra atención. En este caso, los celos sirven para informarnos que existe un peligro, el de perder el cariño y la atención de un ser querido en favor de otro.
Cuando aparece esta desconfianza, es común que nos sintamos abandonados, rechazados y excluidos ante la presencia de una tercera persona. Esta sensación es dolorosa y provoca un gran malestar. Significa que hay algo que atender porque no está funcionando en la relación.
Los celos, en un principio sirven para indicarnos que hay algo que resolver en nuestra relación con otra persona, asuntos pendientes que hemos descuidado, y que nos están llevando a la inseguridad y la desconfianza. Pueden quedarse en solo un aviso y desaparecer cuando se ha resuelto, o pueden llegar a ser problemáticos y patológicos (celotipia).
Una creencia errónea bastante extendida es la idea de celos como sinónimo de amor. Que aparezcan no quiere decir que amemos más a una persona, simplemente se activan nuestros miedos, muchas veces relacionados con una inseguridad emocional. Conforme la persona, la relación y el amor, van madurando, esta emoción a su vez disminuye.
Los celos se pueden atender de una forma madura y -como a todas las emociones y sentimientos- sacarles partido, de manera que contribuyan a restablecer una relación y fortalecerla, consiguiendo avanzar juntos y solventando dificultades. Estos celos no son imaginados: se desencadenan cuando existe un distanciamiento real por parte de la otra persona.
Al sentirnos desatendidos y experimentar que la persona -a la que amamos- está poniendo su foco de atención en otras personas aparecen los celos de forma natural. Se activa la alarma, que sirve para movilizarnos y darnos cuenta de nuestros miedos.
Vayamos por un momento a nuestra infancia. ¿Qué sucede normalmente cuando hay dos niños en una habitación y los adultos le prestan atención solamente a uno? o ¿Cuándo un hijo único se da cuenta de que ha dejado de serlo? Así es cómo comienza esta emoción, con la intención de garantizar nuestra supervivencia.
Son saludables los celos cuando atendemos a esta alarma, intentando enriquecernos con el aviso para madurar. Poder expresarlo con palabras y tomar conciencia de nuestros miedos -de los que solo nosotros somos responsables- puede ayudarnos a integrar los celos con inteligencia en la situación o contexto que los ha provocado.
Este tipo está más relacionado con nuestra falta de autoestima, sintiendo inseguridad ante cualquier situación ya sea real o imaginada. Los celos se convierten en un problema cuando se tiende a interpretar y suponer, lo que inevitablemente nos lleva a malentendidos, ya que estamos reforzando continuamente el estado en el que nos encontramos.
No buscamos resolver la situación, ni madurar al tomar conciencia de nuestros miedos. Los celos patológicos nos atrapan en el miedo, y nos hacen reaccionar de manera desproporcionada ante cualquier acción que se interprete como falta de atención.
Muchas personas necesitan provocar celos a su pareja, como una forma de medir el amor. Estas personas tienen la fuerte creencia de que el amor va unido a este sentimiento y que “sin celos, no hay amor”. Esta idea la mantienen quienes son celosos y justifican las características de lo que sería un amor infantil.
La necesidad de atención y muestras continuas de afecto pueden llevar a esta situación, a modo de manipulación. Se intenta generar a la otra persona preocupación, para que sienta que en cualquier momento la relación puede acabar si no está pendiente continuamente de su pareja.
Quien provoca desconfianza acaba dañando el vínculo, produciendo alejamiento en la relación. No se sostiene un amor basado en la preocupación y el continuo temor a perder la pareja.
Vivir pensando en el siguiente momento, vivir conectado al “tengo que” o “debo de”, vivir desconectado de uno mismo o de todo lo que me rodea. Párate, mira, siente, estás aquí y ahora, disfrútalo. Cuenta la leyenda de los Ahoras, que hace muchas épocas los humanos caminaban y vivían junto a unos pájaros llamados “Ahora”. Permanecían junto a ellos día a día con su canto en sus cabezas y su plumaje junto a sus cuerpos.
Cada vez que los humanos veían un paisaje bonito, conversaban con alguien o sentían algo especial el ahora les daba un picotazo en la cabeza y cantaba, entonces las personas tomaban consciencia de ese momento y guardaban el recuerdo. Disfrutaban el presente y eran felices.
Los Ahoras se alimentaban de las emociones que aquellos momentos causaban y conseguían que los humanos, a los que acompañaban, disfrutaran de vidas más intensas, a pesar de no tener pantallas con grandes resoluciones y un montón de colores. Así, llegó un día en el que algo cambió y las personas empezaron a convivir con otras aves, una de plumaje negro (el antes) y otra de plumaje blanco (el después).
Poco a poco los pájaros Ahora fueron perdiendo su canto y sus susurros hasta quedar sin apenas voz. Los momentos de consciencia se fueron perdiendo. Pero la leyenda no acaba aquí, aunque los Ahoras no revoloteen a nuestro alrededor o su canto haya perdido fuerza, siguen viviendo en cada uno de nosotros, esperando que nos hagamos conscientes de cada momento que sentimos y disfrutamos.
“Algunos dicen que si cerramos los ojos, respiramos hondo y sonreímos podremos sentir
en el corazón y en la mente, el canto y el picotazo de los Ahora”.
-Oscar Soria-
Vivimos de un lado a otro, marcados por horarios, por obligaciones, por reuniones, los más pequeños tienen las agendas llenas de actividades y surge entonces la famosa frase que todos habremos escuchado… “No me da la vida”. La vida está hecha para darte y tú eres el que busca aquello que te da. Es verdad que muchas veces nos da sorpresas, pero todavía son más las ocasiones en las que encontramos aquello que estábamos buscando.
Así, si no puedo cambiar mi agenda, tendré que cambiar mi forma de ver la agenda. Tomar conciencia con mi “Ahora” interior para lograr estar en cada sitio que estoy, conectar con mi mente y con mi cuerpo y no con prisas o pensando en lo próximo. Caminado segundos, horas, días, meses o años de lo que lo hace mi corazón.
Que “el pájaro del después” o los “susurros del pasado” no logren apagar la voz de nuestra consciencia inmediata. Hagamos un esfuerzo por traer a nuestra mente ese canto del Ahora y valorar qué tenemos en cada momento. Piensa que cuánto más alimentemos su influencia, más estará con nosotros.
Cada día es un nuevo comienzo y nos da la oportunidad de vivir otro momento presente, de guardar el ayer, de dejarnos sorprender por el después y alimentarnos del ahora. Grabar recuerdos en mi memoria exige vivirlos y emocionarnos con ellos. Si me siento aquí y ahora estaré poniendo los medios para lograr crear una buena huella en mí a la que luego podré acceder.
Si por el contrario vivo deprisa, sin pararme y sentirme en cada momento, no doy oportunidad a ver y observar dónde estoy, cómo me estoy sintiendo, qué suena a mi alrededor en este momento, por qué he sonreído o por qué me ha dado cosquillas en el estómago y lo más importante si estoy donde quiero estar.
Conecto, me paro y siento. Disfruto y me emociono. Sonrío y grabo en mi memoria. Consigo apartar el exterior y vivir ese exacto momento. Ahora sí, ya puedo continuar con lo demás. Vivir cerca del ahora nos empuja a disfrutar cada momento, el tiempo no existe sin mí, yo soy quien da sentido al tiempo y lo hago mío. Si conseguimos tomar consciencia de nosotros en cada momento podremos aprovechar cada segundo al máximo.
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Los celos son una emoción que surge como consecuencia de un exagerado afán de poseer algo de forma exclusiva. Generalmente se refieren a la posesión exclusiva de la persona amada. El diccionario define la palabra celos como “sentimiento que experimenta una persona cuando sospecha que la persona amada siente amor o cariño por otra, o cuando siente que otra persona prefiere a una tercera en lugar de a ella”.
Como vemos, con persona amada no solo nos referimos a la pareja o cónyuge. La conducta celosa se puede dar en otras formas de amor. Es el caso del amor de los padres con los hijos, o en la amistad. A veces se puede llegar a sentir celos con objetos, no prestándoselos a los demás solo porque se quieren para el disfrute exclusivo de uno mismo. Se consideran como algo íntimo y personal.
Los celos se pueden manifestar ya desde la niñez. Los niños pueden tener una actitud celosa hacia sus hermanos u otros niños. Se trata de un intento de conservar todo el afecto de uno o ambos padres dirigido hacia ellos de forma exclusiva. Los niños no desean compartir el cariño de los padres porque entienden que eso significará que tendrán menos para ellos.
También es posible que algo similar suceda en el marco de la paternidad. El padre o la madre pueden temer perder el cariño de su hijo si este se vincula demasiado al otro progenitor. Otras veces simplemente desean, de forma más o menos inconsciente, todo el cariño del hijo para sí, sintiéndose celosos de que su hijo pueda entregar su cariño y afecto a alguien más.
Entendemos por celos el sentimiento que experimenta una persona cuando sospecha que la persona amada siente amor o cariño por otra o cuando siente que otra persona prefiere a una tercera en lugar de a ella.
Durante la adolescencia son especialmente frecuentes los celos entre amigos. Es la época de los amigos íntimos, con los que se comparte casi de todo. La llegada de una nueva amistad a un grupo se puede vivir como algo que pone en peligro las cualidades específicas de esa relación que no se desea ampliar ni compartir.
Los celos más comunes son los que se dan en el marco de las relaciones de pareja. En estos casos, al exagerado afán de posesión y de exigencia egocéntrica propia de todas las formas de celos, se suma la exigencia de una fidelidad más o menos pactada y el desprestigio social que puede surgir de la infidelidad.
Tradicionalmente siempre se ha pensado que la mujer es más celosa que el hombre. Por ello, cuando es el hombre el que siente celos, suele estar mal visto por las sociedad. La mujer deja de desempeñar el rol de “princesa” para convertirse en “bruja” a los ojos de su amado.
Así, el hombre puede llegar a sentir que tiene mucho más que perder en una hipotética “batalla de celos”. Este es el motivo de que sean pocas las veces que un hombre reconozca estar celoso. De todas maneras, esto es algo que está cambiando, aunque de forma lenta. Creemos importante que cambien los estereotipos de género de una vez por todas.
En los celos que se dan en la pareja, al exagerado afán de posesión y de exigencia egocéntrica propia de todas las formas de celos, se suma la exigencia de una fidelidad más o menos pactada y el desprestigio social que puede surgir de la infidelidad.
En el amor conyugal es el lugar propicio para que aparezcan la actitud celosa. Además, es habitual que este tipo de actitudes tengan manifestaciones conductuales consecuentes, como el espionaje o la vigilancia de la pareja. Esta situación de continua desconfianza genera una gran tensión emocional en el celoso y en su pareja. La pareja se siente acosada, vigilada e interrogada la mayor parte del tiempo, generalmente sin motivos.
La vida de la pareja tiene uno de sus grandes pilares en la comunicación y en la confianza. Precisamente los celos producen un gran deterioro en la relación ya que ponen en cuestión esta confianza: la persona que duda no suele intetar paliar la incertidumbre con preguntas directas, sino investigando como si de un detective se tratara.
Las investigaciones nos dicen que determinados tipos de personalidad son más propensas a desarrollar celos. Este es el caso de las personas que presentan rasgos egocéntricos, desconfiados, inseguros, narcisistas o histéricos. Por otro lado, dentro de las personas que manifiestan conductas celosas están aquellas que las reproducen de manera intensa y continuada.
Así, la celotipia se basa en los celos obsesivos (los pensamientos celotípicos se repiten continuamente y son muy intrusivos) que se manifiestan de manera compulsiva (con conductas de comprobación, como la de vigilar la actividad del teléfono de la pareja). En los casos más extremos los celos pueden llegar a generar delirios. Además, podemos decir que es una enfermedad en la que la persona no se reconoce como enfermo, o lo hace en raras ocasiones.
Existen celos compulsivos, exagerados y enfermizos. Este tipo de celos pueden llegar a causar problemas psicóticos.
En la celotipia es habitual que, a partir de una situación o indicio más o menos real de infidelidad, el enfermo elabore toda una estructura psicológica sin base real en relación con la infidelidad de una persona. Esto puede durar toda una vida.
Para superar la celotipia el primer paso es reconocer la enfermedad, como en tantas otras. Si no hay conciencia de enfermedad es poco probable que se busque ayuda. Quizá los celos tengan fundamento, pero en los casos extremos puede que no sea así.
Es una buena idea apuntar en un papel en qué situaciones se siente uno celoso, qué piensa, cuál es su conducta y cuáles son las consecuencias.
Lo más seguro es que detrás de los celos existan pensamientos distorsionados acerca de la relación amorosa y de la conducta de la persona amada. Una vez recogida esta información es preciso analizarla. Hay que buscar evidencias de que lo que pensamos es real o se está produciendo realmente.
En la celotipia, el enfermo elabora toda una estructura psicológica sin base real en relación con la infidelidad de una persona.
Aquí van algunas pautas básicas que puedes tomar como referencia:
Si después de leer estos consejos y ponerlos en práctica sigues sufriendo exageradamente de celos, lo mejor es que contactes con un buen profesional que pueda ayudarte. Por mucho que las personas celosas tengan una mala prensa, lo cierto es que sufren y que su sufrimiento es real. Por eso, si los celos condicionan en algún grado tu vida, no te avergüences y busca ayuda.
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La clave de la felicidad parece estar relacionada con utilizar todos nuestros sentidos y prestar atención a la información que nos llega a través de ellos: desarrollar una consciencia presente y plena. Numerosos estudios de la Psicología positiva han puesto de manifiesto que el bienestar psicológico se alimenta de la capacidad de focalizar nuestra mente en lo que está pasando en el momento determinado en el que te encuentras.
Vivir el instante presente requiere un trabajo constante y progresivo de nuestra mente, una mente que no ha sido entrenada tiende por naturaleza a la dispersión. Vivimos para lo próximo que nos va a ocurrir, y esto nos lleva a numerosos desajustes emocionales.
Cuando nuestra mente vive constantemente preocupada sobre el futuro, la ansiedad se apoderará de nuestro presente. y cuando nuestra mente viva anclada en el pasado, será la tristeza y la desesperanza quien se apoderará de nuestros días.
Las personas somos frágiles cuando no paramos de hacernos preguntas sobre el pasado y el futuro, y somos fuertes cuando experimentamos sin miedo nuestro día a día. El pasado y el futuro solo existen en nuestros pensamientos, por lo tanto, lo verdaderamente real está en el presente.
El Dr. Andrew Newberg, un neurocientífico de la Universidad Thomas Jefferson, y Mark Robert Waldman, un experto en comunicaciones, indican que vivir la vida enfocada en el presente puede cambiar nuestro cerebro. La palabra presente tiene el poder de influir en la regulación de la tensión física y emocional.
Cuando nos enfocamos solo en las tareas presentes, podemos cambiar la forma en la que nuestro cerebro funciona. Enfocando la vida de esta manera estaríamos potenciando el razonamiento cognitivo, el cual contribuye al fortalecimiento de las áreas de nuestros lóbulos frontales.
Utilizar palabras positivas enfocadas en lo que estamos realizando activa los centros de motivación del cerebro, conduciéndolos a la acción. En el extremo opuesto, cuando usamos palabras recordando el pasado o anticipándonos a lo que vamos a hacer, ciertos neuroquímicos como el cortisol, contribuyen a la gestión del estrés y la ansiedad.
Cuando utilizamos palabras negativas para recordar nuestro pasado se activa en nuestro cerebro el centro del temor, la amígdala. Cuando estas palabras se convierten en pensamientos se activa el miedo, aunque las situaciones que lo provocaron no estén presentes.
Los seres humanos estamos programados inicialmente para preocuparnos. Es parte de nuestro cerebro primitivo que nos protege de situaciones de peligro. De hecho, lo que hace 10.000 años era fundamental para nuestra supervivencia, en la actualidad sufre de un sobreuso que solo nos genera una angustia frente a lo que en la realidad aún no podemos actuar, porque aún no existe y hay probabilidades de que no llegue a existir nunca.
Sepa siempre qué es lo que está haciendo en todo momento, ahí se encuentra el verdadero poder.
Podemos imaginar que algún día seremos felices o recordar periodos en que los fuimos, pero la verdad es que solo podremos serlo en el momento que estamos viviendo. Esto no significa que no tengamos que fijar metas ni organizar nuestras vidas, sino que hacerlo no debe trasformarnos en unos porcastinadores a la hora de sumergirnos en la realidad que nos rodea, ya sea para disfrutarla o para trasformarla.
Aceptar las cosas tal como son, sin juzgarlas y focalizándolas en nuestra mente en el momento presente, es una manera de controlar los pensamientos errantes que nos alejan de la consciencia plena. Si no podemos evitar que surjan, al menos tenemos que dejarlos pasar cuando aparezcan, sin aferrarnos a ellos.
Recordad las circunstancias negativas del pasado disminuye nuestro entusiasmo, nuestro optimismo y, por tanto, nos agría el momento actual, limitando nuestro potencial y dispersando nuestra energía. Incluso los recuerdos de circunstancias positivas, si son recurrentes, afectan al gozo del momento presente, ya que conllevan un sentimiento de nostalgia, aquella idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
El presente es el único lugar en el que podemos actuar sobre la realidad, en el que nuestros días son realidades y donde encontramos las oportunidades. El primer paso para conectarnos a él pasa por controlar actos tan presentes y tan naturales como la respiración. Solo con este acto de consciencia nuestros sentidos se abrirán.
Sana Tu Ser... CAPB